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jueves, 10 de noviembre de 2011

La historia de los celtas en galicia parte 4

La Galicia feudal

La presencia árabe en el resto de la península con la consolidación de un emirato, en Galicia no interrumpe el camino emprendido hacia una sociedad señorial típicamente occidental que se mantiene independiente del poder musulmán y pugna violentamente, durante el siglo VIII, contra el expansionismo de los primeros caudillos asturianos (Fruela, Silo...) tal como lo relatan las propias crónicas asturianas.
En los primeros siglos, el topónimo Galicia designaba al territorio regido por los monarcas galaicos desde Alfonso I hasta Alfonso III el Magno. Así, autores árabes como Ibn al-Atir llamaban reyes de Galicia a Alfonso I, Aurelio, Silo y Ordoño I. Alfonso II el Casto, que pactó la creación de un santuario en torno a la Tumba deSantiago Apóstol, es denominado rey de Galicia en los Annales Regni Francorum o en la Vita Karoli Magni. Este rey consolida la plena integración de Galicia en el espacio de la monarquía de Oviedo, hasta el punto de que su sucesor será un candidato impuesto por los magnates gallegos: Ramiro I, el vencedor de la legendaria batalla de Clavijo, que originó el multisecular voto de Santiago, lo cual no dista de ser parte de leyendas alimentadas en las crónicas que se hicieron siglos después. Hablamos de una monarquía a partir de Alfonso III, ya que los monarcas anteriores no distaron más de ser Señores Territoriales dentro de un territorio muy feudalizado.
En el año 910, a la muerte del rey de Asturias Alfonso III el Magno, sus posesiones son repartidas entre sus tres hijos correspondiendo a Ordoño, casado con la noble gallega Elvira Menéndez, el territorio de Galicia del que era ya gobernador, evento que marca el origen del Reino de Galicia como reino independiente del de León. Poco tiempo después, al morir su hermano García I de León sin descendientes en 914, Ordoño ocupa el trono del Reino de León, con el nombre de Ordoño II, con lo que se produce la unión de ambos reinos. En el marco de las luchas entre Alfonso IV y su hermano Sancho Ordóñez, el reino de Galicia recuperó, de hecho su independencia. Sancho se refugió en Galicia huyendo de su hermano en 926, coronándose como rey de Galicia y manteniendo el reino independiente hasta su muerte en el año 929. Tras su fallecimiento, el reino se reintegraría de nuevo en el de León, en la persona de Alfonso IV, aunque su esposa, la retirada reina gallega Goto, siguió siendo considerada como tal, incluso en el fructífero reinado de Ramiro II.
La posición de los magnates gallegos osciló entre el dominio del reino y el levantamiento (traditores), incluso favoreciendo las devastadoras incursiones del caudillo musulmán Almanzor. Una de las múltiples rebeliones de la nobleza gallega culmina con la coronación en Galicia de Vermudo II (981) que vence a Ramiro III de León y acaba dominando también este reino.
Posteriormente, tras la muerte de Fernando I el Magno, y atendiendo a su testamento, sus reinos se reparten entre sus hijos. El Reino de Galicia le corresponde a García I. García fue coronado por el obispo compostelano Cresconio y restauró las Diócesis de Tuy, la de Braga y Coimbra. Su hermano Alfonso VI le arrebata el reino y mata a su otro hermano Sancho, rey de Castilla, reuniendo de nuevo los reinos en un solo trono. A partir de este momento Galicia se convierte en un reino más de la corona leonesa.
En esa época el reino alcanzó su máxima extensión, llegando hasta Viseu. En 1096, Alfonso VI acordó partirlo en dos entre su familia: El Condado de Galicia, al norte del río Miño, que pasa a manos de Raimundo de Borgoña, casado con Doña Urraca (totius Gallecia imperatrix), y la Galicia del sur que pasa a manos de Teresa de León y Enrique de Borgoña, primo del anterior. El hijo de estos, Afonso Henriques, se proclamó primer rey de Portugal en 1139. Portugal, al igual que Castilla eran condados dependientes de la corona, siendo el primero en separarse, ya que el Papa le reconoció el título de Rey por ser hijo de Teresa.
Fueron frecuentes, desde el año 844, ataques normandos o vikingos, que, por momentos, amenazaron en convertirse en conquista. La última gran invasión, a través del río Miño, acabó con la derrota de Olaf Haraldsson en 1014 a manos de la nobleza gallega.
Las dificultades en la costa no impidieron una organización donde nobles gallegos del siglo IX y X como Vimara Pérez o Hermenegildo Gutiérrez reorganizaron perfectamente el condado portucalense. Contrariamente a lo que se cree, los ataques normandos fueron mucho más peligrosos que los del Islam, ya que con los representantes del último, la paz iba en función de acuerdos comerciales entre señores de la Gallaecia y otros del Emirato.
Los continuos ataques marítimos sin embargo, provocaron la decadencia de las ciudades costeras y el comercio (especialmente con Bizancio y Europa); y la migración de gente hacia terrenos rurales o ciudades del interior que permanecieron intactas como Lugo, Braga o Astorga.
En el siglo X, el árbitro de la política gallega será San Rosendo. Fundador del monasterio de Celanova, ponía y quitaba reyes, impulsó el monacato, combatió a los normandos y realizó un esfuerzo civilizador en una época de crisis y agitación
En los siglos XI y XII, el Reino de Galicia, liderado por los obispos de Santiago de Compostela y los condes de Traba, conoce una época brillante en lo religioso (peregrinaciones europeas, auge de los monasterios como Oseira, Sobrado de los Monjes, San Esteban de Ribas de Sil o San Clodio) en lo político (concesión de fueros a las ciudades por parte de los reyes de León y Galicia Fernando II y Alfonso IX) y en lo artístico (románico). Son hitos fundamentales del momento el inicio de la catedral compostelana por el obispo Diego Peláez en 1075, la coronación por el obispo Diego Gelmírez del hijo de Urraca Alfonso VII en Santiago de Compostela como rey de Galicia en 1111 y la concesión del Año Santo Jubilar Jacobeo por Roma en el año 1181.


El reino de Galicia en la Corona de Castilla

La sucesión de Fernando III el Santo (1230-1254) al trono de los reinos de Galicia y León, supuso según López Carreira el comienzo de una etapa de decadencia y una negativa evolución de los intereses generales del reino, siendo la nobleza condal gallega y los ayuntamientos de los burgos gallegos los grandes perjudicados al verse apartados del alto nivel de las decisiones de una corte radicada en Castilla, y de la que Galicia pasaba de núcleo cultural a periferia de una corona gobernada por castellanos.
En Galicia y León se mantuvo como código legal el Liber Iudiciorum al contrario de lo que aconteció en los territorios castellanos. Incluso cuando los asuntos eran juzgados por la corte estos se despachaban de acuerdo con el código vigente en cada corona. Sin embargo, se inicia una política de tendencia centralizadora que se mantiene durante el reinado de Alfonso X, que introduce por vez primera un representante judicial del Reino en el gobierno de Santiago de Compostela, y poco más tarde entregará la sede compostelana al arzobispado de Valladolid, comenzando un proceso que acabará por sustituir los obispos gallegos por funcionarios castellanos.

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