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jueves, 10 de noviembre de 2011

La historia de los celtas en galicia parte 2

Kallaikoi

Cronológicamente, el estadio final de la cultura megalítica se corresponde con la llegada de la cultura del vaso campaniforme en el Calcolítico —entre el 2300 y el 1800 a. C. en el noroeste peninsular— con las primeras poblaciones indoeuropeas precélticas.
El profesor (historiador, arqueólogo y escritor) Florentino López Cuevillas, en su obra La civilización céltica en Galicia, después de exponer un estudio exhaustivo sobre el aspecto político y geográfico, asegura que todas estas tribus en su mayor parte no eran celtas. La relación de tribus pre-célticas que se puede dar es bastante extensa:
  • oestrimnios (relacionados con los ligures y comunes a países bretones, ingleses e irlandeses, que permanecieron hasta la llegada de los romanos),
  • albiones,
  • seurros,
  • tiburos,
  • bibalos,
  • caporos,
  • zoelas,
  • nobiagoi,
  • abii,
  • tirii,
  • veasmini,
  • salassi,
  • rilenii,
  • helenii,
  • grovii, etc.
Todos ellos asentados desde la Edad de Bronce, es decir antes del 600 a. C. A esta cultura se refiere la primera descripción geográfica de la Península Ibérica con el nombre de Estrimnis o también Oestrimnios. Se trata por tanto de la comunidad aborigen de origen protocéltico existente a la llegada de los celtas sefesserpes. Estos se establecieron en el norte de Portugal y el área de la Galicia actual, introduciendo en esta región la cultura de la Urnas de Vlenden-Bennghardt que evolucionaría después en la cultura de los castros o castreña
Los celtas sefes (denominados también saefes), o celtas de Hallstatt, encontraron el noroeste peninsular bastante pobladas. Los sefes se superpusieron adaptándose bastante bien, se cree que por su carácter afín indoeuropeo. Fueron los celtas los que se acomodaron y su influencia fue en la mayoría de los casos tardía y esporádica, según se puede saber por la confirmación del estudio de la arquitectura y la metalurgia. Dicha población autóctona más antigua conservó su destacada personalidad lingüística y cultural y también supo intercambiar aspectos culturales con la civilización céltica. Hubo un verdadero trueque de costumbres y de conocimientos.
En esta época se produce un rápido incremento poblacional debido a los desplazamientos desde la meseta debido al clima atlántico, con un mayor grado de humedad. Este incremento de habitantes genera conflictos que como consecuencia traen un aumento de la minería, derivado de la producción de armas y objetos de uso cotidiano. Debido a la abundancia de metales nobles, las piezas de ornamento y joyería de este período non han tenido parangón en la historia, siendo muy valoradas como lo demuestra el hecho de haber sido encontradas no solo en puntos distantes de la Península sino también en el sur y centro de Europa.
Esta cultura, junto con los elementos que sobreviven de la cultura megalítica atlántica y las aportaciones que proceden de las culturas mediterráneas más occidentales, acaban derivando en lo que se ha denominado la Cultura Castreña. Esta denominación hace referencia a las características poblaciones celtas llamados dùndùin o don en lengua gaélica y que los romanos llamaron Castros en sus crónicas.
En cuanto a la organización social de los celtas galaicos, las primeras referencias documentales que se encuentran sobre la sociedad castreña son las que proporcionan los cronistas de las campañas militares romanas como Estrabón, Heródoto o Plinio entre otros. Estos describen a los habitantes de estos territorios como un conjunto de bárbaros que pasan el día peleando y la noche comiendo, bebiendo y danzando bajo la luna.
De las crónicas romanas, junto a los Leabhar Ghabhála Érenn así como de la interpretación de los abundantísimos restos arqueológicos por toda la actual Galicia y norte de Portugal, es posible inferir que se trataba de una sociedad matriarcal, con una aristocracia militar y religiosa probablemente de tipo feudal. Las figuras de máxima autoridad eran el caudillo, de tipo militar y con autoridad en su castro o clan, y el druida, principal referentes médico y religioso que podía ser común a varios castros. La cosmogonía celta se mantenía homogénea debido a la facultad de los druidas de reunirse en concilios con los druidas de otras áreas, lo que aseguraba la transmisión de los conocimientos y los eventos más significativos.
La distribución territorial castreña divide su área de influencia en espacios en torno al castro equivalentes a las actuales comarcas, de forma similar a lo que se puede apreciar en las poblaciones celtas de las islas británicas y el centro de europa. La ocupación del territorio basándose en fortificaciones es coherente con la presión poblacional y la presencia de minerales, entre ellos el oro, que explicaría el interés romano por extender su dominio al único territorio de la Península Ibérica que ofrecía una resistencia suficiente para detenerlo.
El ejemplo más claro de esta presión es la ejercida por el pueblo romano, atraído por la riqueza metalúrgica de la región.

Edad Antigua


Romanización

La cohesión social y territorial de la cultura castreña explica la extraordinaria resistencia de los galaicos a la dominación romana que se prolongó durante más de un siglo cuando esta ya se extendía por el resto de la Hispania. Así lo constatan diversas crónicas como las de Orosio, que cuenta como en el año 137 a. C., el praetor Décimo Junio Bruto inició una campaña de castigo debido a las continuas incursiones bélicas de los celtas galaicos en apoyo de los lusitanos. Por esta campaña, en la que hubo de enfrentarse con 60.000 gallaicoi en el río Duero, volvió a Roma convertido en héroe, por lo que fue llamado Gallaicus. En ese mismo año las legiones romanas llegarían al río Limia, que al identificar en él al río Lethes de la mitología romana solo pudo ser cruzado cuando el Praetor lo cruzó llamando por sus nombres a sus soldados para demostrar que no había perdido la memoria. El avance hacia el norte se detendría en al año siguiente al llegar al río Miño donde los gallaicoi provocaron el repliegue romano hacia el sur.
La situación se mantendría durante los siguientes cien años, sin que las esporádicas expediciones romanas consiguieran internarse más en territorio galaico, siendo la única significativa las de P. Craso del 96 a. C. al 94 a. C. Sin embargo en el 73 a. C., Quinto Sertorio es derrotado de forma que la región al norte del río Tajo recupera su independencia. La situación seguiría así hasta que diez años después Julio César es designado Propraetor de la Hispania Ulterior. En el año 61 a. C. retoma el avance hacia el norte penetrando en la región lusitana situada entre los ríos Tajo y Duero y de forma personal conduce una incursión marítima desembarcando en Brigantium, en la parte de la costa que hoy ocupa la ciudad de La Coruña, en el que se cree era el centro de la vía del estaño. Sin embargo el interior del territorio galaico continúa una resistencia que se recrudece en su última etapa durante la campaña de César Augusto entre los años 39 a. C. al 24 a. C., de la que sería su exponente más significativo la batalla del monte Medulio. Esto impediría la declaración de la Pax Romana hasta el año 23 a. C., si bien la resistencia continuaría en las áreas fronterizas con los pueblos de los astures y cántabros hasta el 19 a. C.
Una vez finalizada los enfrentamientos bélicos, se inició el proceso de romanización que se prolongaría durante los siguientes cuatro siglos, iniciándose oficialmente entre los años 64 y 70, cuando Vespasiano convierte en pueblo romano a los 451.000 gallaicoi (según Plinio). De esta forma los castros se transformarían en las víllae y la población incorporaría las nuevas tecnologías como la arquitectura, la agricultura basada en el arado, el derecho romano o la minería. En este último aspecto cabe destacar el sistema de extracción de metales denominado ruina montium, que consistía en excavar túneles en los montes por los que se hacía circular un flujo continuo de agua que iba erosionando el área transportando en ella los minerales (específicamente, el oro).
La cohesión social y territorial definida por los celtas en el territorio galaico se mantendría durante toda la romanización. Una importante aportación, que contribuiría a definir la posterior división territorial, sería la infraestructura viaria compuesta de puentes y calzadas utilizada para los desplazamientos de tropas y el transporte de mercancías. A lo largo de estas vías había mansiones y estaciones de descanso para las tropas, que fueron el origen de numerosas villas que han llegado hasta nuestros días. Si bien existían otras vías secundarias, las principales eran cuatro — numeradas como “XVII a XX” en el itinerario de Caracalla— y enlazaban las ciudades fundadas por Augusto con el resto de los dominios romanos. Estas tres ciudades, Lucus Augusti (Lugo), Bracara Augusta (Braga) y Asturica Augusta (Astorga) pasarían a ser la cabecera de los tres conventus(Lucensis, Bracarensis y Asturiacensis, respectivamente), que con la reforma de Diocleciano del año 298 quedarían unificados bajo una única provincia segregada de la Tarraconensis: Gallaecia.
La provincia romana de Gallaecia, era mucho más extensa que la Galicia actual, pues también comprendía el norte de Portugal, entre el Duero y el Miño, donde estaba su capital, Braga, así como Asturias, Cantabria y parte de lo que posteriormente serían los reinos de León y Castilla. Así pues, fue durante esta época cuando la Gallaecia alcanzó sus máximas fronteras, llegando por el oriente hasta las fuentes del río Ebro.
La romanización de la cultura galaica se produjo también en la lengua y la religión, si bien de forma inversa. Aunque en la lengua el sustrato galaico original acabaría disolviéndose en el latín manteniéndose en las raíces de topónimos y antropónimos, en el caso de la religión el fenómeno fue el contrario.





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